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“CRÓNICA INCIERTA” DE JAVIER BASSI
Carlos Seveso en la Engelman Ost , Oscar Larroca en
el MEC, Sergio Viera en
Galería Rio de la Plata ,
Walter Aiello en Pérez Castellanos, Martín Pellenur no hace mucho en la misma
calle, Eduardo Cardozo en la V Bienal del MERCOSUR, y esta exposición de
Javier Bassi en la Alianza Francesa
son solo algunos ejemplos del buen momento que pasa la pintura uruguaya, pese a
que cierta parte de la crítica local –y también de algunos artistas y
curadores-se empeñe en sostener que la pintura ya no tiene nada que decir, o
bien se afirme un día que sus logros son pura ilusión y al otro se alabe sin
pruritos lo que ayer supuestamente era una nadería. Muerte de la pintura,
persistencia de la pintura, resurrección de la pintura: tanto le pasa y ni
siquiera se entera. En el caso de Javier Bassi la persistencia de su apuesta
formal, si bien permite y estimula variaciones, se afianza progresivamente en
el rigor de una investigación cuyos presupuestos conceptuales se mantienen
inalterados. Una pintura por momentos
muy negra –no hace mucho, a partir de una muestra de Pelenur
recordábamos este aspecto de su obra-, una pintura de la “ausencia del color”
que marca a ciertos pintores de su generación pero que en Bassi encuentra las
herramientas creativas para librarse de esa condición opresiva y desgarradora
de la oscuridad, gracias a los chispazos del absurdo y las salidas poéticas.
Sobriamente montada, la muestra incluye un par de objetos: mangos de palas que
“se estiran” 12 metros
y que prescinden de la hoja de metal para transformarse en un misterio de la
acción –del trabajo, del ahondar, del transportar la materia- subrayando el
costado enigmático del conjunto exhibido. Las referencias teóricas del “enigma”
planteado pueden rastrearse al interior de la obra y en los títulos –Beuys,
Kiefer, Tarkovski, León Bloy-pero no obstruyen la visión de un trabajo de
índole básicamente personal. El bellísimo ejercicio de “La Ducha / Manual para una
práctica secreta”, un libro de artista que se despliega sobre una mesa
alargada, da cuenta de este equilibrio entre la reflexión íntima y el juego de
las citas conceptuales. Pero hay otra faceta de esta muestra que interesa
resaltar por su condición de “pintura, pintura”: la creación del paisaje a
partir de sugerencias brumosas y configuraciones más o menos fortuitas (“el
recuerdo original”). Estos cuadros forman parte de una tradición que en
Occidente hunde sus raíces en el siglo XIX, en las acuarelas de John Ruskin y de William
Turner, pero cuyo origen se remonta al Renacimiento con el Trattato de Leonardo, cuya aspiración de una ciencia de la pintura
basada en preceptos fenomenológicos no descuida siquiera las manchas de humedad
de las paredes como formas susceptibles de una apreciación consciente y
demorada. Resulta al menos curioso que el artista, según una entrevista que le
hiciera la curadora Olga Larnaudie, subraye los peligros de percibir imágenes
de la naturaleza en sus paisajes y no recalque, por ejemplo, los riesgos de una
abstracción introvertida o de una excesiva conceptualización, por mencionar dos
abordajes que se esbozaron en esta nota. Se trata en todo caso de una facultad,
la de ver imágenes de la naturaleza, que le compete tanto al artista como a
cualquier contemplador ocasional, y que se pensaría viene avalada por la misma
incertidumbre del título de la muestra. Por otra parte, tal libertad
“interpretativa”, encontraría un sugestivo correlato en la música que acompaña
a la muestra, a cargo del propio Bassi y de Felipe Silvestre.
PABLO THIAGO ROCCA
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