domingo, 22 de mayo de 2011

Agujeros negros. Javier Bassi en el MNAV - Carlos Muñoz - Semanario Búsqueda.

Cuadros negros, negrísimos, con ciertas fisuras en blanco. Pinturas grandes, paneles que ocupan de verdad el espacio y lo llenan de sentido. Cuadros negros, pintados o trabajados en negro, con tóner sobre papeles de avisos clasificados entelados, según anota el artista. Una técnica que provoca imaginar al autor en una actividad trabajosa, sucia, complicada. Técnica y obras que permiten entrever un esfuerzo importante de desprendimiento, de lucha. Un intento mucho más arriesgado que todo lo que hizo antes. Un esfuerzo descarnado en una etapa de la vida y del arte en la que puede dejar de lado todo artificio con la seguridad que dan los años, el talento ya probado, la capacidad de ser profundo y de encontrar la sutileza de la verdad. Otras búsquedas, otras dudas, otros interrogantes. Solo así un artista puede manejar el negro (y la técnica empleada) con la profundidad y el rigor necesarios para alcanzar una experiencia artística convincente. Apenas uno entra en la Sala 5 del Museo Nacional de Artes Visuales, la obra se viene encima. La luz fuerte, fría, homogénea, permite un impacto brutal con los cuadros de Javier Bassi (1964), artista de importante trayectoria que vuelve a sorprender con una labor cautivante.

La muestra se llama "in visibilidad" y ofrece un coherente panorama de obras que escapan a toda definición, aunque uno pueda apelar a nombres y corrientes importantes para intentar clasificarlas.
No es necesario. Vale la pena quedarse con lo que son, así de personales, así de intrigantes. Pero a diferencia de otras donde parecía culminar un proceso, esta vez la experiencia parece sugerir un comienzo. No por el uso del negro y el blanco en claroscuros de inusitado dramatismo, sino por algo más trascendente. No hay dolor en sus cuadros, no provocan angustia, no tienen carga negativa. Al contrario, hay conflicto sí, pero creativo, tremendamente creativo. Y lo más interesante es que hacen pensar en el arte (por lo tanto en la vida), en su sentido, en el autor peleando con sus dudas, para usar una manoseada pero siempre efectiva imagen.

Es que Bassi dice algo, más allá de hacerlo muy bien y con un técnica depurada. Es sólido, provocativo, sensual y elusivo. Y pelea con lo evidente para lograr un nuevo, personal y muy sólido resultado, aunque no lo esconda del todo: abre las puertas a un universo muy personal, casi espiritual, donde el negro y en especial esa materia y la técnica utilizadas, logran la sensación que puede ofrecer el cielo nocturno cuando no hay luna.

Sensación que aparece densa al principio pero que luego, cuando la vista se acostumbra, comienza a alivianarse con un brillo, una estela, formas o trazos que surcan el cielo negrísimo, proponiendo ciertas percepciones, más nítidas y a la vez más indefinibles. Es la misma sensación que provoca el universo cuando uno hace silencio y lo mira desde esta planicie desorbitada, a veces tan chata.
¿Quién no se dejó subyugar alguna vez por esa inquietud existencial de una noche oscura, con el cielo que parece caer sobre todos los sinsentidos de la humanidad, por esas noches en que la vía láctea parece un jirón blanquísimo en late la, con sugerencias lejanas que afloran apenas cesan los ruidos de la calle o la lucha por la sobrevivencia?

La sensación es de reencuentro con el ser, algo más permanente y profundo que el simple disfrute de una noche estrellada con una buena compañía. El trabajo de Bassi irrumpe de esa forma en el espíritu. En sus grandes cuadros, el negro impera en el espacio como ese cielo nocturno. Y los blancos son a veces líneas, a veces suaves jirones, a veces celdas o resquicios que permiten depositar la confianza nuevamente en la imagen. Como el rastro de las estrellas fugaces. O al revés, porque frente a este universo, el negro es tanto o más subyugante que los sutiles y persistentes blancos. Como agujeros negros donde quedan atrapadas las imágenes, las formas, el tiempo y el espacio. El sábado de tardecita, la Sala 5 del MNAV estaba vacía. Ya caída la tarde, la luz artificial contrastaba fuertemente con la iluminación más tenue del resto del museo, con los espacios más abiertos donde se exhibe, por ejemplo, parte del acervo de la institución. En los grandes ventanales, y gracias a esa luz potente, se proyectaba la sala como una continuación de la otra: era un reflejo perfecto que sorprendía por lo real y que prolongaba la arquitectura del lugar como una doble jaula en la que uno podía ver hacia afuera pero no salir. Un efecto que, además, acentúa la irrealidad de ese sitio. Como el silencio. Como la ausencia de seres humanos.

Curiosamente, Bassi completa su exposición con tres objetos pequeños, construcciones livianas con maderas y alambres, casi como maquetas a escala. Una se llama "Sala 5" y es una jaula de pajarito redolada para simular la sala, vacía, limpia. Otra es un "ensamblaje" con jaula y bandeja de alambre uniendo las partes. La tercera es un puente bastante largo y angosto sobre pilotes de alambrecitos y techo, que se titula "El puente de los eremitas": el tránsito solitario de un artista, su permanencia en el desierto, su lado contemplativo. En cierta forma invita a transitar ese camino de despojo, de desprendimiento de las formas y de los colores, y a forjar el espíritu sobre la piedra fundamental de la existencia.

Lo cual es como alejarse de la ciudad para finalmente, liviano de equipaje, mirar el cielo que se nos viene encima. Bassi lo logra.


"Invisibilidad" de Javier Bassi. En el Museo Nacional de Artes Visuales (Parque Rodó). De Martes a domingos, de 14 a 19 horas, hasta el 10 de julio.
Carlos A. Muñoz

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