lunes, 10 de enero de 2011

Constructivos y un gran artista - Jorge Abbondanza - El País.

Se inauguró la muestra "Resonancias constructivas" y mantiene al notable Javier Bassi

JORGE ABBONDANZA

Anoche en la Galería de Gustavo Tejería Loppacher, el circuito de arte de Punta del Este sumó a su oferta una muestra colectiva que el curador Adolfo Maslach —arquitecto y coleccionista uruguayo radicado en Venezuela— ha titulado "Resonancias constructivas" y que remite a la escuela torresgarciana a través de un par de alumnos de Augusto Torres, mayormente. Se trata de Yuyo Goitiño y Walter Deliotti, a los que se añaden otros aportes también incluidos en la exposición, desde Piria-Jaureguy o José Collell hasta Ilda Parrillo, Carmen Rivello, Huilda López Fironés y —last but not least— José Gurvich. En las salas de la galería, sobre la avenida Pedragosa Sierra esquina San Ciro, ese nuevo despliegue comprende collages, maderas, cerámicas, dibujos y referencias arquitectónicas. Mientras se abre el nuevo conjunto, se mantiene colgada parte de la muestra de María Freira y José Pedro Costigliolo, así como la mayoría de las obras de Javier Bassi que Tejería Loppacher exhibe desde el mes pasado.

Figura extraordinaria en la generación de artistas cuarentones de este país, Bassi ha tenido un entusiasta reconocimiento de la crítica desde hace diez años, mientras su lenguaje iba construyendo un universo visual cuya sugestión tiene el mismo efecto que la niebla cuando cubre un paisaje, ya que permite ver a medias lo que en su totalidad sería prosaico. Lo notable de las imágenes veladas es que incitan al contemplador a redoblar sus esfuerzos por explorarlas, demostrando que no hay nada más seductor que lo brumoso y poca cosa tan magnética como el misterio, sobre todo cuando está envuelto en un clima turbador, como ocurre en la pintura de Bassi.
Allí puede haber un trazo que corre a lo largo del cuadro como si tanteara el camino por donde podrá avanzar un personaje poco visible, cuya presencia se intuye de manera fantasmal. Una mancha se expande como si borrara los residuos de la realidad que se mantienen a lo lejos, detrás de una cortina de pinceladas distanciadoras. La lluvia de líneas cubre con su manto una pequeña superficie, filtrando alguna silueta humana que se percibe borrosamente, igual que las imágenes más temidas. El aire de acechanza, la sensación de riesgo, la vaga proximidad de un asedio o el filo de una amenaza, bordean cada propuesta de Bassi y lo hacen de manera tan furtiva como ciertos datos del inconsciente que afloran para desmentir las apariencias epidérmicas, dotándolas de una transparencia inesperada y abriéndolas a lecturas superpuestas, igual que en los sueños.
Sólo después del vistazo inicial, cuando el ojo atraviesa las primeras membranas de esos trabajos y llega al centro de las cosas, el observador sabe que al mirar una obra de Bassi está enfrentándose a un espejo. Porque la malla de los trazos con que el artista se complace a menudo en rayar la superficie de su pintura, se convierte en una metáfora de otras redes, como si estuviera armada para guiar la circulación de las ideas, una trampa tendida para arrastrar la mirada hacia lo hondo, un instrumento hipnótico para que la huella del pintor se grabe en el ánimo del visitante y después no se borre, hasta convencerlo de que tiene allí una imagen de sí mismo.

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